Al principio, no hay nada. Dos actores, un espacio en blanco. ¿Quiénes son? ¿De dónde vienen? Imposible saberlo. ¿Son personajes? No lo son. ¿Hay una historia? No la hay. ¿Qué hay entonces? Solo una cosa: palabras. Esas palabras flotan en el escenario vacío, como objetos suspendidos. Poco a poco, construyen personajes, historias, situaciones. Construyen un mundo.
“El pasado es una niebla”, escribió Harold Pinter. Más aún, el pasado de una pareja.
¿Qué es una pareja, más allá del pasado que les une? Somos lo que hemos sido, la historia que explica cómo hemos llegado hasta aquí. Pero esa historia no está escrita en piedra; es móvil, es variable. Para sobrevivir como pareja, tenemos que ser capaces de contar nuestra historia. Pero, ¿qué pasa si esa historia es borrosa, o no coincide? El presente cambia el pasado.
Dos actores narran la historia de una pareja. A veces, se ponen de acuerdo: lo hacen con humor, con extrañeza, con gozo. Juegan. Otras veces, se contradicen, inventan, oscurecen, mienten. A veces, son la pareja; otras, no. Ellos son, a su vez, otra pareja. Con su parte de combate, con su parte de aventura, con su parte de amor.
Barbados en 2022 es una función inspirada en la tradición del teatro anglosajón de agrupar obras breves que comparten resonancias, temas o estilos. Varios textos compuestos para dos actores, que pueden leerse como variaciones de un mismo tema, en el sentido musical.
La obra tiene numerosas permutaciones: los textos se interpretan en un orden diferente en cada función: un orden aleatorio, que no controlo ni yo ni los actores, de manera que cada función tiene una forma distinta.
Los textos exploran el mundo de la pareja, y tienen que ver con la memoria, la comunicación, y el desamor. Y todos comparten la isla de Barbados como punto de fuga, como espacio imaginario.
Barbados en 2022 parte de una obra mía anterior, Barbados, etcétera. Es una ampliación y una relectura de esa obra: los mismos actores, Emilio Tomé y Fernanda Orazi, distintos textos, distinta puesta en escena y escenografía; mi idea es reescribir la obra cada cinco años, de manera que esté permanentemente viva, y que el tiempo haga su trabajo en los actores, en la pareja que interpretan, en los textos, en la obra en conjunto.