Nina pidiéndole al público Don’t Leave Me en el concierto de Montreux.
Nina interrumpiendo abruptamente su interpretación de My Father porque la letra no tenía que ver con su experiencia. Y luego estallando en una de esas gigantes carcajadas suyas.
Nina reescribiendo la letra de Alone Again, Naturally y convirtiéndola en un relato desgarrador sobre la muerte de su padre, antes de que nadie pronunciara la palabra “autoficción”, porque entendía tal vez que para que tenga sentido estar en escena no hay otra manera que esa: ponerse en juego.
Nina redescubriendo cada canción con sus versiones, atravesándolas con su propia biografía.
Nina encarnando las palabras. Volviéndolas cuerpo vibrando en sus labios.
Nina buscando las palabras. Y encontrándolas en No Fear como definición de libertad.
Nina presente siempre.
Nina en mi discman de adolescente yendo a las clases de teatro, con su voz temblando andrógina en mis oídos.
Nina en mis primeras obras, apareciendo en Antes, en Muda, en Ahora en Los ojos y ya compartiendo escena con Estefanía de los Santos en Las plantas, separándose del piano como una pantera negra después de haber defendido su canción como quien defiende a una hija.
En las cinco obras se repetía el texto “esta negra me encanta”, cada vez que aparecía Nina.
Y ahora, después del encuentro con Guadalupe Álvarez Luchía en Bodas de sangre, después de compartir tiempo con su voz y con su modo de estar en escena, pienso: qué mejor momento que este para encontrarnos con algo del repertorio de Nina y redescubrirnos por mirarla.
Hay otra Nina que dice “soy una gaviota”. Y esta que canta que le gustaría ser un pájaro en el aire para ver el mar desde el cielo. Yo me muero de ganas de poder encontrarme con todas las Ninas en Guada y de cuidar este concierto como a un hijo.
Pablo Messiez