Traición es probablemente la obra más clásica de Harold Pinter, la más alejada de algunos de los rasgos que tanto molestan a sus detractores. Hay una trama clara, reconocible por todos, sus personajes se acercan mucho a nosotros, los sentimos próximos y la historia diríamos que se desarrolla de manera aristotélica. Digo “diríamos” porque Pinter decide contarla al revés. Utiliza una serie de flashbacks para ir desde el final hasta el origen del conflicto. Esa es una de las características que hacen especial a esta pieza.
Traición cuenta la historia de un triángulo amoroso. Emma mantiene una relación con Jerry, que es el mejor amigo de Robert, su marido. Y esta trama tan reconocible permite a Pinter jugar de nuevo al gato y al ratón con el espectador, pero desde el lado contrario. Si normalmente Pinter se vuelve ambiguo con los personajes y la trama –y se sirve de un lenguaje enigmático que obliga al espectador a intentar dar sentido y establecer relaciones para desentrañar el argumento–, aquí todo funciona al revés. La peripecia es clarísima y se convierte en una especie de neblina que nos impide ver lo que hay detrás, lo realmente importante. Los personajes parecen ser claros, parecen luchar por expresar aquello que creen, o más bien quieren creer. Se esfuerzan por mantenerse dentro de los límites de lo razonable. Pero debajo está el caos. Hay un torrente oculto. Un mundo de perversión que se respira en la atmósfera. Una aparente historia de amor que es en realidad una pelea por la represión de los deseos ocultos y por una concepción del poder basada en el aparente control sobre ellos. Traición es una descripción crítica y feroz de esa clase intelectual que cree estar a salvo de las pasiones más bajas.