“Nuestras raíces son atólicas. Educados en el seno de una cultura cristina, hemos convivido cotidianamente con un montón de símbolos religiosos. Colm Tóibín ha puesto el foco en uno de ellos: la Virgen María. Y nos descubre que detrás de ese icono de la Virgen hay un ser humano. María de Nazareth. Una sencilla mujer de campo, cuyo único hijo le es arrebatado por una decisión divina que no comprende y por un terrible odio humano que le inflige el mayor de los dolores al clavarlo en una cruz.
El texto de Tóibín nos llega a nosotros con la voz y la figura de Blanca Portillo. En esta actriz descansa la parte primordial del trabajo. Es un monólogo complejo y con muchos matices. La emoción en estado puro, sin artificios, es lo que debe prevalecer, eliminando todo lo que nos separa de ese sentimiento enfebrecido.
La escenografía de Frederic Amat convierte el exilio, en su casa de Éfeso, en una especie de habitación-retablo de la memoria. En ella nuestro personaje, ya en la vejez, revive momentos de su vida. Hermosos algunos, terribles otros. Y los recrea como si en sus solitarias y largas noches diera forma a esos fantasmas del pasado y con ellos nos descubriera la mujer que realmente es, no la que toda la humanidad ha querido hacer de ella”.
Agustín Villaronga