“Siento la llamada, algo me lleva a plantarme de nuevo sobre un escenario, un impulso febril. ¡Incluso estoy dispuesto a aceptar que se me convoque para hacer una prueba, como si no me conocieran, como si yo fuera un principiante!”.
Considerado como uno de los grandes dramaturgos del teatro europeo de las últimas décadas, el alemán Tankred Dorst firmó en 1991 un texto conmovedor sobre todos aquellos que no consiguen ser protagonistas. Cinismo, humor, fuerza y delicadeza se dan la mano en Yo, Feuerbach, una certera pieza con la que Dorst convierte en alegoría de la existencia humana la historia de un actor envejecido que, a pesar de su talento, se ve obligado a luchar por una segunda oportunidad.
Bajo la batuta del director Antonio Simón, Yo, Feuerbach se presenta como un bello e intenso espectáculo sobre las crisis sociales y personales que nos obligan a reinventarnos. Pedro Casablanc asume uno de los mayores retos de su carrera en la piel de un actor en decadencia; un artista maduro con grandes cualidades, pero con algún episodio oscuro en su pasado que le ha llevado a encontrarse sin trabajo. Un abismo generacional se levanta entre él y su joven antagonista sobre las tablas, un joven e inexperto ayudante de dirección que acaba de llegar al mundo del espectáculo, encarnado por el actor Samuel Viyuela González.
En escena, descubrimos a un Feuerbach casi patético en su ansia por seducir al joven ayudante de dirección, que genera, a partes iguales, ternura y humor entre la audiencia. El conjunto es un ejercicio de poesía emocional que nos habla de las grandezas y de las miserias de la condición humana. El talento de un actor excepcional, Pedro Casablanc, y la pluma certera de uno de los autores más brillantes del teatro español contemporáneo, Jordi Casanovas, encargado de versionar el libreto, hacen el resto en esta pieza.
El director Antonio Simón se sirve con acierto de una escenografía minimalista y de una iluminación precisa para poner en pie Yo, Fueurbach. La diferencia de edad entre los dos protagonistas provoca tensión pero también humor. Dos épocas y dos maneras diferentes de hacer se enfrentan así en escena. Desde el patio de butacas somos testigos de la pesadilla de un actor que envejece. Lograr un papel parece ser la única clave para su supervivencia. La genialidad y la locura están emparentadas en un personaje que es cómico y trágico al mismo tiempo. El lenguaje y la representación son sus únicos medios de supervivencia. Hay algo de desesperada comicidad en el ambiente. El intérprete se revela contra el paso de los años en una lucha patética. “He sido convocado para eso, para que usted me vea, para que pueda darse cuenta de si lo que sé hacer y lo que soy corresponde a lo que usted espera”, afirma Feuerbach. Y ese aprender a verse de nuevo y a reclamar una segunda oportunidad se convierten en el eje central de la obra.