El mal de la montaña es una obra con un universo propio y eso es algo muy difícil de encontrar. Está llena de humor, un humor muy ácido y que nos desnuda, nos pone al descubierto. Tiene esa mezcla de compasión y patetismo que nos provocan los que sufren por amor, los obsesivos, los que se han quedado atrapados en su visión de las rupturas. El duelo, además de llenar hoy en día las consultas de los psicólogos, es un material escénico de primer orden: los padecimientos por la muerte del amor o del deseo son atemporales. Pero, además, sus personajes tienen algo muy contemporáneo, muy nuestro, tienen esa forma de ceguera que nos han ido trayendo el individualismo, esa diferencia hacia los demás propia de los obsesionados consigo mismos. Nuestra idea ha sido realizar, con este material, una fiesta catártica en la que reírnos de nuestras ansiedades, de nuestras miserias.
El aliento poético del texto de Loza nos permite alcanzar a la vez la risa y la belleza, el horror y la piedad. Y para eso armamos un dispositivo muy físico, con cuerpos que son mirados casi desde la danza, con voces que quieren escucharse casi desde el canto, con un espacio que está vivo gracias a la luz y a su personalidad y protagonismo.
Esperamos que nuestra implicación y nuestro disfrute encuentren en el público esa misma respuesta.
